viernes, 5 de septiembre de 2008

DECOLONICACIÓN, UN RETO PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN AMÉRICA LATINA.

DECOLONIZAIÓN

UN RETO PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN AMÉRICA LATINA.

Dicen los mayores que la etnoeducación tiene que servirnos para construir y fortalecer nuestras identidades culturales, y por ello hay que desprender lo ajeno para reapropiarnos de lo propio. Lo propio no es más que lo que nos constituye como pueblo diferenciado, como afroecuatorianos/as; dentro de lo propio están nuestras historias construidas desde las herencias africanas, historias que nos ayuden a ser lo que queremos ser, a reencontrarnos nosotros mismos. Por tanto, es necesario cambiar los espacios y las formas de enseñanza-aprendizaje, lo que implica, según los/las mayores, tener la voluntad y el compromiso con los ancestros.[1]

Para abordar el tema de la educación superior en América latina, es fundamental hacernos las siguientes preguntas; ¿qué entendemos por conocimiento y cómo lo estamos proponiendo dentro de las instituciones educativas? Si nos remetimos un poco a la historia, vemos que los discursos formales sobre el conocimiento y por tanto la ciencia empiezan a formalizarse desde el occidente y sobre todo desde el mundo griego con los distintos discursos filosóficos. Después, a través de las distintas influencias religiosas sobre todo el judaísmo, el cristianismo y el islamismo se fueron transmitiendo las distintas formas de conocimiento en forma de educación. De hecho desde el mundo griego, empezaron las famosas escuelas de pensamiento que recogían distintas líneas de interpretar la realidad humana y del cosmos.

Entre tantas formas de conocimiento que se inscriben en la historia, la ciencia tiende a dominar como la forma auténtica del conocimiento. De hecho entre los siglos XVIII y XIX la ciencia ocupa un lugar dominante y se le considera como el conocimiento legítimo. En latín, “scientie”-ciencia significa “conocer”. Sin embargo, el término en su sentido más amplio ha sido empleado para referirse al conocimiento sistematizado en cualquier campo, pero siempre con una inclinación fuerte a lo sensorial o lo objetivamente verificable. Pero si entendemos el conocimiento como la relación entre un sujeto y un objeto, es imposible limitarnos a lo que se puede verificar objetivamente. Debemos aceptar desde el inicio que existen varias formas de llegar al conocimiento.

Desde el occidente, los filósofos Sócrates, Platón y Aristóteles desarrollaron unos discursos acerca del conocimiento de la realidad que tuvieron mucha influencia tanto en su contexto inmediato como a su alrededor. Después, las doctrinas filosóficas cogieron mayor fuerza en lo religioso de tal manera que durante el emperio romano las doctrinas cristianas fueron transmitidas en forma de educación por toda Europa y más adelante en los otros continentes. A través de la religión, los musulmanes y los judíos intermediaron el pensamiento y la ciencia de la antigua Grecia y los estudios europeos. Después en el renacimiento, se extiende un gran interés por las culturas griegas y romanas. Hasta entonces, la educación como un espacio de promover conocimiento fue un privilegio para los ricos. No todos podían acceder a la educación. Desde ahí entran en juego los elementos del saber poder y el ser. Los que lograban entrar en las instituciones educativas se consideran más por encima de los demás. El vehículo para llegar a este rango era y sigue siendo el poder, sea religioso, económico o político.

Los tres componentes; ser, saber y poder dentro de la producción del conocimiento se convierten en referentes de mayor influencia en todo el proceso educativo. De hecho, si miramos en términos generales, la ciencia de la educación es pensada desde y a partir de paradigmas occidentales por la sencilla razón del monopolio que ellos tienen en cuanto al poder y al saber. De hecho, los principales modelos de universidades se presentan desde el siglo XVIII en Europa y después se han venido modificado a lo largo de la historia en los distintos contextos.

Entre los siglos XVIII y XIX, sobre salen unos tres modelos de universidades cuya influencia llegó hasta América latina. Ellos son el modelo inglés, con los Colleges autónomos y fuerte tradición de estudios humanistas. Este modelo de universidad favoreció a las elites especialmente para las actividades de sacerdocio religioso y para los que se dedicaban al servicio público. Con tiempo el modelo inglés incorporó la rama de las ciencias naturales. Después siguió el modelo alemán que también favoreció una tradición humanista y las ciencias. Por último surgió el modelo napoleónico francés que rechaza tanto las tradiciones humanistas y crea un nuevo sistema de formación técnica y profesional.

De los tres modelos, Estados Unidos importa el modelo inglés y le añade el elemento de investigación científica y tecnológica del modelo alemán. En fin, ese modelo es copiado en otras partes del mundo como un paradigma para las otras universidades fuera de Europa y los Estados Unidos. Este último paso le favorece mucho al sistema capitalista donde la ciencia llega a calificarse como la forma auténtica de conocer en cuanto generadora de soluciones prácticas a las necesidades humanas. Esta tendencia combinó muy bien con el avance tecnológico que era evidente desde muy temprano en Europa y América del norte. Eso quiere decir, los países de escasos recursos pasan a un segundo plano en cuanto a la producción del conocimiento por la supuesta razón de que no tienen los recursos adecuados o suficientes para producir conocimiento. Por eso, geopolíticamente, el resto del mundo se orienta hacia el occidente y el norte ya que resultan ser los lugares donde se encuentran las universidades más grandes del mundo y desde donde el resto de la humanidad tiene que formarse al estilo europeo o norte americano.

América latina desde la colonialización importó varias universidades católicos que hacían parte del emprendimiento colonial. Por consiguiente, la educación se convierte en una herramienta más de colonización. En las primeras décadas, los pocos que podían formarse desde estos espacios se disponían al servicio de los gobiernos de los grupos dominantes. Como consecuencia, tanto la concentración del poder, como del saber fue creando una diferencia enorme entre los que se iban formando desde el estilo europeo y los que no tuvieron esta posibilidad. En la medida que los latinoamericanos se iban formando al estilo europeo y asumiendo cargos públicos, los sistemas políticos, económicos y socio- religiosos de sus regiones fueron adoptando una dependencia que hoy por hoy es casi irreversible. Las instituciones de educación superior por ejemplo empezaron y siguen trabajando conceptos, ideas e instrumentos que hacen parte de la tradición intelectual occidental en búsqueda de aclarar temas de interés local.

Este tipo de orientación responde a la tendencia de la modernidad donde la globalización y la homogenización de los sistemas, políticos y económicos, se convierte en una forma clave para perpetuar el dominio del occidente y del norte sobre el resto del mundo. Eso no quiere decir que el occidente sea la fuente del conocimiento. La educación como tal está presente en la vida del hombre desde los comienzos de su existencia pero los procesos de colonización les han negado literalmente a muchos pueblos la posibilidad de desarrollar este aspecto desde su propia realidad. Cada ser humano es capaz de llegar al conocimiento por su naturaleza sin necesidad ninguna de importar criterios ajenos. El hecho de que esta forma de conocimiento no sea planeada, consciente y sistemática no le quita a ningún grupo humano la posibilidad de interpretar su realidad. La preocupación nuestra en este instante debería ser sobre la posibilidad de incorporar los componentes epistemológicos cosmológicos locales para la producción del conocimiento desde América latina.

Lastimosamente, el monopolio de los procesos de la producción del conocimiento no se limita solo a lo geográfico. Más allá del mapa aparecen otros criterios donde los procesos de conocimiento han sido clasificados desde lo racial y desde el género. Es evidente que todavía se considera como primitivo o inferior la sabiduría africana, indígena, latino americana etc. El racismo por ejemplo deja de considerarse como una categoría biológica y se aplica como un criterio de discriminación y de apoderamiento de los unos por encima de los otros. De igual manera, no podemos negar el hecho de que el machismo sigue dominando dentro de los procesos educativos y la producción del conocimiento. Nuestras universidades deben promover mayor participación de los afrodescendientes, de los indígenas, de las mujeres etc. para que se pueda hablar de un verdadero camino de liberación desde tondos los ámbitos que implique a academia. A lo contrario, desde que haya cualquier forma de discriminación, seguiremos perpetuando nuevas formas de colonializar a los demás. Debemos superar las tendencias de juzgar entre quién piensa y quién no desde las líneas etnias o desde el género. Estas tendencias promueven discursos y prácticas que en el fondo deshumanizan.

En la actualidad, vivimos una época de tensión creciente entre el norte/ occidente y el sur/oriente. Los procesos de la globalización y la homogenización de los sistemas van en contra de la tendencia del hombre y la mujer actual de los países “tercer mundistas” de realizarse desde su realidad. Se respira desde otras partes del mundo un fuerte rechazo hacia América del norte y Europa por su papel histórico que aparentemente después de la colonización sigue influyendo de manera negativa los procesos del progreso sobre todo en los países más pobres. Afortunadamente o desafortunadamente, entre todas las instituciones del mundo moderno, las universidades son de las más internacionalizadas, en el sentido de que, como vimos anteriormente, derivan de un número limitado de modelos que se encuentran en Europa a partir de las universidades católicas medievales que después fueron adoptadas en otros países y regiones del mundo.

Esta es una estrategia que condiciona al hombre y la mujer modernos a dedicarse a las líneas de investigación y de la producción del conocimiento desde una perspectiva teleológica. La concentración de las universidades más importantes en Europa y en América del norte es una estrategia bastante fuerte que necesariamente les condiciona a los otros países a acudir a estos centros desde donde seguramente terminan recibiendo la misma formación europea. Eso de la misma manera genera lo que se suele llamar la fuga cerebrar de tal manera que la competencia les obliga a los mejores intelectuales a viajar a Europa o a los Estados Unidos para buscar mejores posibilidades de avanzar en sus estudios.

La segunda estrategia que ha funcionado bastante en contra de la producción intelectual latinoamericana es la exterminación de los espacios de reflexión por grupos étnicos como los indígenas y los afrodescendientes. La pluriculturalidad y la multietnicidad seguirán siendo un gran desafío para los europeos y los norteaméricanos por lo que eso puede generar bajo condiciones económica y políticamente favorables. Por este motivo se sigue mitificando y exagerando la producción del conocimiento de los indígenas y los afroamericanos como procesos llenos de supersticiones y por ende no académica. Parte de los desplazamientos masivos de las minorías étnicas en América latina se deben al empeño político de descentralizar los espacios desde dónde existen posibilidades de generar formas alternativas de pensamiento, de ser y de estar en el mundo. Catherine Walsh nos dice que desde la educación es posible colonizar, silenciar y hasta quitar al otro ganas de aprender.

La educación puede, domesticar y colonizar, lo que implica reproducir y mantener el sistema, la situación actual, imponer los valores, la cultura y el conocimiento de los grupos dominantes, silenciar a la gente y quitar sus ganas de aprender. Esta es conocida como una educación verticalista, ajena a la realidad. El pedagogo brasileño Paulo Freire se refirió a esta forma de educar como “educación bancaria”: una educación pasiva cuyo objetivo es depositar el conocimiento en la cabeza del estudiante…la educación debe tener el propósito de liberar, lo que implica descolonizar, construir y transmitir valores, cultura y conocimientos propios de generación a generación. En este sentido, puede estimular lo crítico, creativo y activo, involucrando a la gente en procesos de diálogo y en la construcción colectiva de conocimientos, para así aprender y conocer lo que tenemos en la comunidad.[2]

Otro elemento en contra de la producción intelectual latinoamericana es la comercialización del conocimiento o más bien de la educación. La educación formal se ha convertido en un producto en el mercado. Por eso, no todos pueden vender sus ideas y políticas epistemológicas si no tienen medios adecuados para llegar al mercado. Eso va muy relacionado con la necesidad creciente del hombre de ser superior y ejercer dominio sobre los demás. Por eso, uno se encuentra obligado a educarse pero desde la intencionalidad de tener una Calificación que le de la posibilidad de conseguirse un trabajo o un mejor puesto en la sociedad. Estos trabajos vuelven nuevamente a alimentar los procesos de los mismos protagonistas cuyo interés ya no es conocimiento sino la ganancia que se puede generar desde el profesionalismo. Por tanto, el monopolio del occidente y del norte pone criterios dando orientaciones sobre lo que se tiene que estudiar, la manera y hasta en algunos casos definen el dónde se tiene que hacer algunos estudios específicos. Para ganarse el pan diario, el latinoamericano se encuentra obligado a estudiar lo ajeno para garantizarse mayor ganancia. De esta forma, toda la producción local pierde sentido. Es un fenómeno muy deshumanizante porque de esta forma se le niega a un grupo humano los mecanismos de auto-expresión incluyendo en su propia condición.

El eurocentrismo como única perspectiva de conocimiento descarta la intelectualidad indígena, afro, y otras racionalidades epistémicas. Al despreciar la producción indígena y afro el resultado último es la invisibilización de estos pueblos y definitivamente la deshumanización que lleva a la “no existencia” de estos pueblos en términos de los sistemas de gobernación. Eso quiere decir, los saberes populares o tradicionales no occidentales no se valorizan para nada y tampoco cuentan a la hora de hablar del desarrollo humano. El gran error desde el inicio fue el de implementar una espitemología moderna desde la cual se busca llegar al mundo desde el conocimiento. En cambio se necesita otro enfoque todo distinto donde se debe buscar llegar al conocimiento desde el mundo. Todo tiene que empezar desde la realidad inmediata de la gente.

En términos generales, es evidente que muy poca referencia se hace de la producción intelectual latinoamericana en el exterior. Se supone que la pobreza económica va mano a mano con la pobreza intelectual. Por eso, es muy difícil que las publicaciones desde América latina encuentren lugar en las grandes obras o que sean citados en Europa o en los estados Unidos como autoridades en el campo intelectual. Hay muchos autores latinoamericanos que han dado muy buenos aportes en relación con las distintas áreas del saber pero que sus obras no han sido valoradas al nivel internacional. En cambio, hay mucho escritos que llegan por todas partes del mundo desde Europa y los Estados Unidos por el simple hecho de que tienen la posibilidad económica para dominar el mercado. La misma situación se presenta en relación con los otros modos de comunicación. La invasión europea y estadounidense en la prensa, en la televisión etc. es impresionante y las consecuencias son enormes. Para salir de esta situación, se necesita mucho esfuerzo y una opción sería desde todos los ámbitos de la vida.

Toda esta problemática nos remite a revisar la relación conocimiento y sociedad como también la práctica educativa de nuestro contexto. Sin despreciar lo positivo que nos ha sido transmitido desde la educación formal, debemos hacernos la siguiente pregunta; ¿qué se está haciendo desde nuestros centros educativos que lleve nuestra gente a la verdadera liberación? Necesitamos reconocernos y reinventarnos a partir de nuestras identificaciones socio-culturales y racionalidades diversas para que desde nuestra realidad tan particular podamos hacer una producción auténtica de conocimiento que responda a las necesidades del hombre y la mujer latinoamericanos.

En el centro del antagonismo entre los distintos saberes y las fuerzas políticas está el capitalismo. Eso influye muchísimo las distintas intenciones por las cuales se promueven las instituciones educativas. Bajo estás condiciones, es muy probable que el pragmatismo (desde la rentabilidad económica) sea el criterio desde el cual uno tiende a escoger las distintas líneas de conocimiento y su consecuente producción. Es en medio de estas tensiones que debemos pensar en las posibilidades de promover una dimensión pedagógica que genere valores, actitudes y normas para garantizar la construcción progresiva e integral de la educación como proyecto de vida. Eso sería un gran paso en cuanto a la potenciación de los saberes locales en relación con las distintas epistemologías y cosmovisiones.

Más aún necesitamos decolonizar los sistemas educativos y unirnos a las fuerzas en contra de la ciencia dominante y el neoliberalismo multicultural. De esta manera podemos comprometernos con un proyecto de re-existencia desde donde podemos inventar nuevas formas de la acción política que se coherente con nuestra realidad. Así mismo se hace necesario la consideración de los grupos étnicos tanto en la construcción del saber como en la participación sociopolítica. Durante mucho tiempo se ha descuidado la educación informal que es la fuente de la producción del conocimiento sobre todo entre los pueblos indígenas y los afrodescendientes. Así pues, es urgente la necesidad de valorar por igual tanto la educación formal como la educación informal. De hecho, lo más importante es enganchar las dos fuentes con métodos bien elaborados para que se pueda recuperar tantos valores que pasan por desconocidos. En muchos casos, tiende a dominar la educación formal y así se corre el peligro de perpetuar las doctrinas pedagógicas occidentales. En el seminario “Educación Superior en América Latina” se decía que, no es la academia la que legitima el saber popular, ni tampoco al contrario. Ambos saberes son atestiguados, legitimados y transformados en la medida en que están o no al servicio de hombres y mujeres que asumen su papel de sujetos.[3]

Como punto de partida, creo que nuestra preocupación en este momento no es si tenemos una ciencia latinoamericana o si tentemos un sistema de educación que se llame latinoamericano, sino si la ciencia que hacemos o los saberes que promovemos responden a los desafíos de nuestra realidad como continente o como región limitada. Independientemente de las fuentes del conocimiento, es urgente la necesidad de realizar un proceso de resignificación de todo el saber o de todo conocimiento en relación con la realidad local. Eso no significa un aislamiento de las otras realidades. Tenemos que entrar en diálogo con los otros pero partiendo de lo propio y reconociendo sobre todo las posibilidades de otros lugares fuera de la academia desde donde es posible construir conocimiento. Eso quiere decir que no podemos seguir pensando que sólo en las instituciones de educación formal se puede producir el conocimiento. Paulo Freire nos dice que la educación y particularmente la pedagogía debe liberarse para dar paso a otras formas de pensar y conocer en el mundo. Desde este punto de vista podemos entrar en diálogo con el otro pero siempre y cuando se reconoce que todos somos capaces de producir el conocimiento.

Finalmente, me parece importantísima la necesidad de recuperar el sujeto en los procesos de la producción del conocimiento. Tenemos que repensar sobre el lugar del sujeto en la práctica educativa. Todo el conocimiento pierde su sentido de ser sino no tiene como fin último la promoción de la dignidad humana. La producción del conocimiento no se agota en los conceptos universales. Estos conceptos tienen que encarnarse en el individuo y generar un cambio positivo que le permita vivir mejor, en armonía consigo mismo, son el otro y con el cosmos. De esta manera, se puede hablar de la producción del conocimiento como un proceso gradual en la realización del individuo. Así pues, dentro de la misma producción del conocimiento se va construyendo y consolidando la identidad del individuo. Las tendencias de las comunidades indígenas y de los afrodescendientes han sido bastante marcadas en este aspecto. Ojala que se les puedan apoyar para que no pierdan este enfoque.



[1] Edizon León y Catherine Walsh., Aprender Haciendo. Cartilla ethnoeducativa. Universidad Andina Simon Bolivar Ecuador. 2007. P. 4.

[2] Edizon León y Catherine Walsh., Aprender Haciendo. Cartilla ethnoeducativa. Universidad Andina Simon Bolivar Ecuador. 2007. P. 24-25.

[3] Catherine Walsh., en el Seminario Educación Superior en América Latina, para la VII promoción de la Maestría en Educación: Desarrollo Humano, realizado en la Universidad de San Buenaventura-Cali. 8-09-2007.

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